Tengo una cliente que quiere adelgazar. Sabe qué tiene que hacer, pero no lo hace. ¿No os suena? Algo en ella le impide tomar buenas decisiones y dar los pasos que sabe que le funcionan. Hice una prueba de verificación con ella y resultó que en el fondo, no había tomado todavía la decisión de adelgazar. Es interesante, porque desde la decisión comienza todo y ella no estaba en ese lugar.
Muchas veces queremos algo, pero no queremos hacer lo que hace falta para conseguirlo. Otras veces no estamos preparados para conseguirlo. También es muy frecuente que, en el fondo, no creamos que nos lo merezcamos o que sea para nosotros. A veces ni siquiera sabemos lo que queremos. O sabemos lo que queremos, pero nos saboteamos para no conseguirlo. Hay personas que creen que deben hacer algo, porque se supone que es lo correcto, pero no han mirado si eso es en el fondo lo que quieren. Todas las variables del mundo caben aquí, pero en esencia es un “quiero algo / no quiero ese algo”.
El problema es desde dónde tomamos la decisión. Imaginaos una persona que quiere hacer algo (ponerse a dieta, pedir un aumento de sueldo, dejar de fumar, lo que se os ocurra). Una parte de esa persona quiere introducir algún cambio o hacer avanzar su vida, pero otra parte le dice: “bah, así estás bien; cuesta mucho lo que quieres; ¿para qué tanto esfuerzo?; déjalo para mañana….”. La decisión normalmente la tomamos a medias, es decir, tenemos a las dos partes hablando por separado y si nos ponemos en el estado interno que genera la que sí quiere, nos mantenemos fuertes. Pero si por lo que sea nos vamos al estado que genera los pensamientos que no quieren que lo hagas, no podemos sostener la decisión. Y como todos sabemos, la fuerza de voluntad se agota en seguida.
Todas las voces que nos sabotean, al final, son miedo. El miedo no es malo, es una emoción básica de supervivencia y es realmente nuestro mejor amigo cuando le escuchamos sin permitirle tomar el control. El miedo nos quiere a salvo, para eso está ahí. Y qué mejor que estar en una zona donde conozcamos los peligros. Esa es nuestra zona de confort, que se llama así pero de confort no tiene normalmente nada. Hay mucho dolor y frustración en ella, porque algo en nosotros siempre quiere mejorar y avanzar y no puede. Ahí suele radicar el conflicto: una parte de nosotros quiere tomar una decisión y la otra quiere quedarse como está (esta es la que está conectada con el miedo).
¿Qué hacer? Habla con ambas partes y concílialas. Escúchalas, conócelas, míralas, ponlas un nombre, una forma, un tono de voz, pregúntalas qué quieren y para qué lo quieren. Conoce su historia y qué quieren para ti. Luego toma tú la decisión que creas más conveniente, pero por favor, escucha tus voces. Tienen un mensaje, una razón por la cual nacieron. Quieren ayudarte, protegerte, prevenirte o salvarte de algo. Lo más probable es que las circunstancias en las que surgieron ya no se den, pero ellas no lo saben, porque es un automatismo instalado en tu cerebro reptiliano. Así que hay que actualizarlas.
Pruébalo: la próxima vez que estés en conflicto interno, establece ese diálogo con tus partes, conoce esa dimensión oculta de tu historia personal. Haz consciente ese lugar interno. Sácalo a la luz y descubre tus saboteos. Toma la decisión desde tu conciencia y no movido por la sombra. Toma tú la decisión, no tus voces. Ellas te sirven a ti, no al revés.
Nuria Velasco
Consultas de Coaching Transpersonal, PNL y Registros Akáshicos
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